La triste vigencia de una columna de Blanck

Hace justo dos décadas, el recordado periodista de Clarín escribió sobre las cuentas pendientes de la democracia argentina, que este viernes cumple 38 años.

“Con la democracia se come, se cura y se educa”. Hoy, 38 años después, ya sabemos que ese pronóstico que ayudó a Raúl Alfonsín a llegar a la Casa Rosada el 10 de diciembre de 1983 resultó falso. Con la democracia se vive en libertad, lo que definitivamente no es poco, pero el progreso económico y social sigue pendiente en la Argentina.

El reclamo no es nuevo. Hace justo dos décadas, en una columna titulada “Una democracia menor de edad”, Julio Blanck hacía en Clarín un repaso de las promesas incumplidas de Alfonsín, Menem y De la Rúa y diagnosticaba: “El cotejo entre lo dicho y lo hecho suele ser el ejercicio menos grato para los políticos. Pero sería injusto enfocar sólo sobre ellos la causa de todos los males que la democracia no logró corregir”.

“Otros actores -seguía el recordado periodista, fallecido en 2018-, como los del poder económico, tampoco estuvieron a la altura que suponía -y aún supone- construir un país moderno, capaz de resguardar los derechos sociales y culturales de todos sus integrantes y de preservar la igualdad de oportunidades. Demasiadas veces, en estos 18 años, esos actores esquivaron su responsabilidad social y pusieron la defensa de privilegios sectoriales como razón primera y única de sus acciones”.

Crudo en su radiografía, realizada en medio de un país que se desencajaba, con corralito y días antes del estallido final de 2001, agregaba: “La sociedad en conjunto, los ciudadanos de a pie, aun siendo quienes más sufren las consecuencias de la crisis, tampoco son ajenos a lo que les sucede. Por acción o por omisión, por memoria frágil o por la desesperación de aferrarse a soluciones inmediatas, pero de alto costo futuro, también forman parte del problema”.

En los 20 años que pasaron desde sus palabras pocas cosas no han declinado. Surgió la grieta y menguó la calidad institucional, la pobreza no bajó nunca del 25% y hace rato que ronda el 40%, la inseguridad se multiplicó, la Justicia desmejoró y la educación empeoró. El recambio de los dirigentes partidarios fue más por una cuestión biológica que otra cosa: tampoco los nuevos estuvieron a la altura del desafío. Finalmente, los límites de lo que la sociedad les permite a sus líderes se corrieron a tal punto que por momentos cuesta ver dónde quedaron.

En los primeros 18 años de democracia tuvimos tres presidentes y 11 ministros de Economía. En los siguientes 20, hubo seis presidentes (contando a Rodríguez Saá y a Duhalde) y 14 encargados de llevar los números. Todos los presidentes gastaron discursos sobre el consenso y la unidad política que el país necesita para frenar su decadencia y arrancar de una vez. Todos los ministros hablaron de crecimiento, de la necesidad de controlar la inflación y el déficit fiscal. El fracaso los hermana.

Lo único que realmente sigue como entonces -y que, de nuevo, no es un tema menor- es la vigencia de la democracia misma, incuestionable e incuestionada, y de algunas grandes libertades que trajo asociadas, que se pueden simbolizar en tres leyes icónicas: la de divorcio (1987), la de matrimonio igualitario (2010) y el aborto legal y gratuito (2020). En el haber figura también que todas las veces que tuvimos que votar se votó libremente, sin proscripciones ni fraudes.

Así llegamos a esta Argentina de fines de 2021, donde curiosamente conviven dos sensaciones antagónicas e igualmente incómodas, potenciadas por la pandemia: la de parálisis, de que nunca cambia nada, de que hace 40 años que discutimos de lo mismo, con la de una constante inestabilidad, donde nadie sabe bien qué pasará en unos meses y que por eso mejor no planificar nada.

Aquella columna de Blanck tenía un cierre que vale la pena repetir, por certero y por vigente: “Lo que está en discusión, más allá de la permanencia o no de un ministro, es si las decisiones que se tomen de aquí en más servirán para empezar a construir un camino de salida o si sólo representarán una etapa traumática más de las demasiadas que ya se han vivido en una democracia que, después de tantos años, se empeña en no crecer”.

Pablo Vaca

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