La introducción de la boleta única en Jujuy en 2025 representa un cambio significativo en el sistema electoral de la provincia. Y como todo cambio, viene acompañado de promesas y advertencias que, según quien las enuncie, adquieren tonos de esperanza o de alarma. Este modelo, destinado a simplificar el acto de votar y aumentar la transparencia, bien podría ser la llave a un futuro más ordenado y participativo, o la chispa que desencadene un caos logístico y político sin precedentes.
Si el desdoblamiento de las elecciones ya tiene suficiente carga de polémica, la implementación de un sistema de boleta única solo para las elecciones nacionales añade un ingrediente extra al cóctel. En el escenario provincial, en cambio, se mantendrá el sistema tradicional, lo que deja entrever que, aunque el cambio sea bien intencionado, la transición será cualquier cosa menos sencilla. ¿Cómo impactará esto en los votantes y en las dinámicas electorales? La respuesta está lejos de ser clara.
Es innegable que la boleta única nivela el campo de juego, al menos en teoría. Todos los candidatos, grandes y pequeños, comparten el mismo espacio en el papel, eliminando la posibilidad de “arrastre” de votos por asociación a figuras de mayor renombre. Esta característica, aunque bien intencionada, introduce una dificultad adicional: el capital simbólico de los candidatos pasa a ser tan importante como su propuesta misma. Porque, al final, ¿de qué sirve una boleta única si el votante no reconoce los nombres ni sabe a quién votar?
En este nuevo escenario, los partidos se enfrentarán a una realidad incómoda: no basta con colocar un rostro conocido o un logo familiar. Tendrán que educar a los votantes sobre cómo utilizar este sistema. Y aquí es donde las cosas se complican. La capacidad de un votante para enfrentarse a un sistema electoral desconocido depende, en gran medida, de su conocimiento previo y del tiempo que le dedique a entenderlo. No es difícil imaginar la escena: una fila interminable, votantes que consultan al presidente de mesa con una mezcla de frustración y desconcierto, y el caos que se genera cuando el flujo se detiene.
Además, el desconocimiento podría traducirse en una avalancha de votos nulos, lo que pondría en tela de juicio la legitimidad de los resultados. Y eso sin mencionar los cuellos de botella que se formarían en las mesas de votación mientras los ciudadanos intentan descifrar este nuevo esquema. Porque, aunque la boleta única promete claridad, también exige un nivel de formación que no todos los votantes poseen.
Los partidos políticos tienen aquí una tarea titánica: no solo deben convencer al electorado de que sus propuestas son las mejores, sino también asegurarse de que sepan cómo votarlas. Cambia Jujuy, con su maquinaria territorial y su reconocimiento consolidado, podría tener cierta ventaja. Pero esta ventaja no es absoluta. Si bien su nombre es fácilmente identificable, dependerá de cómo logren conectar con los votantes en un nivel más personal y educativo. No se puede dar por sentado que, solo porque sean conocidos, el sistema funcionará a su favor.
Entre los partidos tradicionales, tanto la Izquierda como el PJ enfrenta un desafío particular. Este último, aunque históricamente ha sido una fuerza de peso en Jujuy, su persistente lucha interna ha mermado su capacidad de acción y, en algunos casos, su credibilidad ante el electorado. Este contexto lo pone en una posición compleja: el sistema de boleta única podría, por un lado, darle la oportunidad de proyectar figuras renovadas que simbolicen unidad; pero, por otro, si no logra ordenar sus disputas internas, corre el riesgo de diluir su identidad política en un escenario donde el capital simbólico de los candidatos será crucial. A pesar de su carácter tradicional, el PJ debe evitar que su mensaje se pierda en la confusión, especialmente ante un electorado que puede sentirse abrumado por el cambio en el sistema.
Las fuerzas emergentes, como La Libertad Avanza, enfrentan un reto aún mayor. Estos espacios necesitan un golpe de efecto para captar la atención en un escenario donde la boleta única iguala las condiciones superficiales, pero exige innovación y creatividad para destacarse. La falta de recursos podría jugarles en contra, pero su capacidad de generar narrativas disruptivas podría ser la clave para contrarrestar las limitaciones del nuevo sistema.
Sin embargo, el problema no reside solo en la adaptación de los partidos, sino también en la percepción del votante. En un sistema tradicional, votar podía reducirse a un acto mecánico: buscar el color, el símbolo o el nombre que resuena y depositar la boleta en la urna. La boleta única elimina esta simplicidad y obliga al votante a analizar, marcar y decidir. Este cambio puede ser un avance hacia una ciudadanía más activa y crítica, pero también puede convertirse en un obstáculo insalvable si no se aborda con suficiente pedagogía.
En este contexto, la responsabilidad del gobierno provincial no puede subestimarse. Si bien es tentador utilizar el desdoblamiento como una estrategia política para controlar el discurso y la narrativa local, esta decisión conlleva una serie de desafíos que no pueden ser ignorados. La coexistencia de dos sistemas electorales distintos en un mismo año podría generar confusión y frustración entre los votantes, especialmente aquellos menos familiarizados con el proceso electoral. Un ciudadano que, en un lapso breve, debe adaptarse a dos formas distintas de votar es un ciudadano expuesto al error, a la duda y, en última instancia, a la desilusión.
Por otro lado, sería un error reducir el debate a una cuestión puramente técnica o logística. La implementación de la boleta única es, en esencia, una oportunidad para replantear cómo se concibe la participación ciudadana en la provincia. Es un momento para reflexionar sobre la importancia del voto informado, de la educación cívica y de la construcción de una relación más transparente y directa entre los partidos y los ciudadanos.
En este sentido, el capital simbólico de los candidatos cobra una relevancia inusitada. Ya no basta con ocupar un lugar en la boleta; ahora es necesario que ese lugar signifique algo para el votante. Los candidatos deben representar no solo propuestas, sino también valores, confianza y cercanía. Y esa conexión no se construye de la noche a la mañana. Es el resultado de un trabajo constante, de una presencia activa en el territorio y de una comunicación efectiva que trascienda los eslóganes y llegue al corazón de los electores.
El desafío está servido, y la pregunta es si los actores políticos estarán a la altura. La boleta única tiene el potencial de transformar el sistema electoral de Jujuy, pero solo si se implementa con cuidado, con visión y, sobre todo, con un compromiso real con la ciudadanía. De lo contrario, corre el riesgo de convertirse en una buena idea mal ejecutada, una más en la larga lista de oportunidades desperdiciadas.
En definitiva, el futuro de este sistema dependerá de la capacidad de todos los involucrados para adaptarse a sus implicancias, para educar a los votantes y para garantizar que la transición sea tan inclusiva como sea posible. Porque, al final, lo que está en juego no es solo un cambio en la forma de votar, sino la posibilidad de construir una democracia más sólida, más participativa y más representativa en Jujuy. El tiempo dirá si estamos preparados para asumir este desafío o si, una vez más, la realidad superará a las buenas intenciones.
Confucio: «El hombre que mueve montañas comienza cargando pequeñas piedras.»
Lic. Hugo Rubén Calvó (Director de Jujuy al día…en paulatino retiro)