El presidente Fernández cree que los líderes de los dos países más poderosos del mundo comparten su ideología. El problema del peronómetro y la mirada de patas cortas.
La sexta de las 20 Verdades Peronistas -enunciadas por Juan Domingo Perón el 17 de octubre de 1950, quinto aniversario de la fecha fundacional de su movimiento- dice así: “Para un peronista, no puede haber nada mejor que otro peronista”. Tal vez, la conocida máxima haya impulsado a Alberto Fernández este domingo cuando, frente a su colega chino Xi Jinping y sintiéndose en confianza, le dijo como un halago: “Si usted fuera argentino, sería peronista”. Faltó llamarlo Pocho.
No es la primera vez que al Presidente le pasa esto de ver “compañeros” en lugares impensados, como si dispusiera de un peronómetro. En mayo del año pasado, en un acto en Ezeiza, se refirió a Joe Biden como “Juan Domingo Biden” porque el estadounidense había hablado a favor de la sindicalización de los trabajadores.
Si se enteró, no le debe haber causado mucha gracia al demócrata: en Estados Unidos, a Perón se lo considera generalmente un autoritario y/o dictador que dio refugio a los nazis. No está claro, en cambio, cómo se lo decodifica en China.
Aunque suele señalarse que Fernández sufre el síndrome de Zelig -bautizado por aquel personaje de Woody Allen que se mimetizaba con sus interlocutores- por sus discursos inclinados según las simpatías del auditorio, estos casos mostrarían justo su reverso. Es decir, la necesidad de reflejar en los demás alguien similar a él o a su entorno familiar.
Pero, en realidad, estos dudosos intentos por ser amable por parte de Fernández revelan otra característica problemática: la de analizar al mundo con la lente miope de la política local. Transcurrido un quinto del siglo XXI, la postura no sólo atrasa: es propia de quienes habitan en la periferia de las decisiones trascendentes y carecen de opiniones de peso. Explica en parte, además, la pobreza de la política exterior de esta administración.
Por otro lado, que el Presidente halle inclinaciones peronistas en dos líderes mundiales que son tan importantes como disímiles habla también de la variedad ideológica que son capaces de albergar el justicialismo y sus sucesivas encarnaciones. Prestigiosos pensadores y estudiosos han dedicado buena parte de sus vidas al complejo tema, que ha resultado decisivo en el devenir argentino de, como mínimo, los últimos 50 años. El peronismo, pródigo, nos ha dado de todo, de derecha a izquierda, en el llano y en el poder, en el pasado y en la actualidad.
El problema obvio es que no se trata sólo de una cuestión académica. Ojalá. De hecho, el Gobierno lleva dos años y dos meses tratando de conciliar al menos tres miradas peronistas diferentes de la realidad, y eso contando sólo la línea gruesa de los líderes del Frente de Todos, que suele denominarse coalición, como si fueran realmente partidos de extracciones distintas, cuando no es más que una alianza panperonista.
La última y más grave manifestación de la interna del oficialismo se da, claro, alrededor del principio de entendimiento con el Fondo Monetario y el eventual plan económico que regiría nuestros destinos tras la firma de un acuerdo. Gracias a ello, las desavenencias entre Fernández y Cristina atraviesan uno de sus picos, con la renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque K en Diputados como gesto mayor.
Si bien se habla de una reunión a puertas cerradas entre el Presidente y su Vice en cuanto el primero regrese al país, nada hay confirmado. Hoy parecen incluso divergir en si se trata de combatir al capital o de asociarse con él.
Quedan pocos días para la apertura de sesiones ante la Asamblea Legislativa, el 1° de marzo, donde habitualmente los mandatarios pronuncian el discurso que marca el rumbo del año político y económico. Fernández podría dar allí las señales definitivas de qué piensa hacer en el tramo final de su Gobierno, tanto para afuera como para adentro.
Lo que diga, además, será clave para lograr los votos en el Congreso que den el aprobado al acuerdo con el FMI. Un vencimiento de 2.780 millones de dólares el 22 de marzo asoma como límite final. El tiempo no para.
Pablo Vaca